sábado, 22 de noviembre de 2008

Conversaciones de autobús

En los desplazamientos en autobús urbano se escuchan conversaciones que la gente mantiene sin pudor ninguno, o bien habla por teléfono como si estuviera en el salón de su casa, aunque en estos últimos días he podido diferenciar dos tipos diferentes de conversaciones: hay gente que parece estar muy satisfecha de ella misma y deja sus opiniones, su experiencia y casi su currículum como si se estuviera vendiendo a todo el autobús; por contra hay quien hace confidencias más calmadamente a su vecino de asiento, hablando en general de terceras personas con mucha despreocupación, quizás confiando en el anonimato (imposible) que da el estar rodeado de personas en principio desconocidas. Así ayer escuche a un tipo del primer grupo, joven que parecía saberlo todo de casi todos los temas, hasta que se fue centrando primero en los fósiles que había conseguido (según el valorados en más de 4.000 euros) sin haber desembolsado ningún dinero (él presumía de haberlos conseguido hablando aquí y allá más que yéndolos a buscar), luego cuando le llamaron por teléfono (al parecer desde su trabajo porque iba tarde) empezó a contar sus hazañas de cocinero sobrado en un restaurante, trabajo que iba a dejar porque no tenía futuro y era él mismo (cómo no) quien le estaba enseñando el negocio al dueño, que de eso no sabía nada y ya era mayor.
Hace un par de días, una mujer que por lo que deduje no era mucho mayor que yo, se disponía a celebrar en su pueblo (cuyo nombre omitiré) algún evento tipo 25 años de haber terminado el instituto o algo parecido, y llamaba por teléfono a otra amiga poniéndole al día de la vida y milagros de cada uno de los alumnos de aquella promoción, incluidos casamientos recientes, divorcios, cánceres, contratos laborales o residencia habitual, sin ahorrarse comentarios personales de todo tipo.
¡Cómo nos gusta hablar, sabiendo sin saber, siendo escuchados o no, qué facilidad para decir aquello que debiéramos callar!

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