miércoles, 23 de marzo de 2011

La vida alegre

Ayer, mientras paseaba distraidamente en una hora de descanso laboral, observé a tres jóvenes (dos chicos y una chica) que jugaban ociosos con un perro: uno de ellos lanzaba piedras y un palo hacia unas palomas que debían tener sus nidos en los agujeros de un muro de hormigón, y el perro hacía ademán de perseguir a las palomas y además volvía siempre con el palo. Tenían una edad en la que hubieran debido estar estudiando o comenzando su vida laboral, aprendiendo a asumir responsabilidades, y sin embargo disfrutaban de un ocio seguramente amparado por el paraguas de sus padres, aún ajenos a horarios, a responsabilidades, con todo el tiempo del mundo por delante, ocupados tan sólo en matar el aburrimiento con una tormenta de ideas diaria para ver de que manera podían estar bajo el sol sin gastar el dinero que no tenían, extendiendo los juegos de su infancia todo lo posible para no sentirse inútiles o vacíos. No pude sino envidiar su concepción ilimitada del tiempo, pero sobre todo, compararlos con los chicos de su misma edad que en ese momento seguían las clases regladas para poder tener una formación, concentrados en sus tareas, con un objetivo fijo, intentando resolver su futuro de una forma aceptable, continuando con la labor de sus mayores en esta sociedad que hemos construido. Los mismos seres, pero tan diferentes...