jueves, 9 de octubre de 2008

Hipocondria

Ayer tras un encuentro fortuito con un antiguo compañero de trabajo reforcé mi idea de que toda la alegría vital está dentro de un mismo, en la capacidad para buscar ilusiones, para conservar la máxima energía posible que permitan las circunstancias, para lanzar botellas de naufrago al mar insondable y esperar a que alguna sea recogida por alguien que pueda rescatarnos momentáneamente. Este hombre es un hipocondriaco de libro desde que yo lo conozco hace más de 10 años. Siempre espera que le va a pasar algo malo: no viaja porque le puede dar un ataque de algo (no importa qué) en cualquier momento, se dedica según él (tras su jubilación) a pasear e ir a visitar médicos. Se diría que se desilusiona cuando avanza el tiempo y no le acontece ninguna de esas cosas terribles que él imaginaba, y entonces se dedica a construir nuevos temores, basados en achaques (¿quién no tiene alguno cada día?) o en sospechas o en lecturas. Creo que en la cara se le ha instlado ya un rictus de desprecio por la vida. ¿Qué puede llegar a producir todo esto?. Hay quien tras muchos reveses sufridos en sus carnes pasea optimista por la vida, apreciando cada instante de calma, de ausencia de dolor, hay quien reniega de la vida sin haber pasado graves penalidades. Nuestro cerebro es tremendo y no suele haber recetas generales, para vivir mejor, salvo las que recomienda cualquiera: ejercicio, vida sana, ausencia de preocupaciones (más allá de las inevitables), viajar sin prisa, observar, conversar. La idea de un entrenador personal que nos ayude a hacer cosas que no somos capaces de hacer solos es un descubrimiento de los últimos años, y creo que puede funcionar en muchos casos. Tu pareja (caso de existir) puede hacer esta labor y a la vez puede beneficiarse de tu ayuda. Esta receta-ley, es una de las más antiguas del mundo.

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