miércoles, 3 de septiembre de 2008

Noche solitaria

Es un tema recurrente, cada vez que se hace algo extraordinario entre semana, comparar la noche con el día o con noches de fin de semana donde el consenso un poco idiota dice que hay que lanzarse a la calle para disfrutar lo que nos negamos entre semana en un acuerdo tácito para poder trabajar y descansar. Anoche estaba todo el barrio de las Delicias durmiendo con las ventanas abiertas por el calor, tan sólo algunas parejas despidiéndose en coches aparcados en doble fila; apenas nadie paseando. Luego el silencio. Algo de inseguridad, la tranquilidad conseguida por la civilización, el invento de la policía que nos protege a los débiles, la educación. Por caminar solo en la noche, volviendo a casa tras una velada extraordinaria y agradable, te conviertes en sospechoso mientras sales de tu mundo diurno, lleno de lugares conocidos, de seguridades aparentes, de cotidianeidad. ¿Cuántos mundos diferentes, cuántas noches, cuan largas cuando no hay cama para dormir ni nadie que te espere o que te eche en falta a la mañana siguiente?. Cada vez veo que es más importante esa compañía, esa pareja que nos proporciona la ilusión de no estar solos en el mundo, que nos permite engañar el transcurso vital con muchos pequeños momentos preciosos, inestimables, irrepetibles, que nos devuelve al mundo conocido cada vez que por azar nos asomamos a las tinieblas de una noche solitaria. Qué desasosiego cuando se aleja mentalmente de uno, cuando esa comunión cotidiana desaparece.

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