miércoles, 3 de noviembre de 2010

El placer de conducir

He observado durante la conducción diaria, cómo determinados condutores (sobre todo hombres) llevan una cara de satisfacción tremenda, apoyados en el respaldo con delectación mientras a una velocidad no demasiado alta circulan por la autovía. No hace falta que lleven automoviles espectaculares, de hecho suelen ser bastante normalitos, incluso tirando a un poco antiguos, eso sí, pulcros, limpísimos, cuidados hasta el hartazgo. Para sus dueños esos coches son su posesión más preciada. Ni tan siquiera van admirando el paisje, tan lleno de colores en estos días soleados de noviembre, ni a los otros conductores; van hieráticos en sus asientos, sintiendo la potencia del coche (siempre excesiva cuando se compara con otros automóviles que condujeron en el pasado), el sonido, las pequeñas o grandes vibraciones que produce el motor, sintiéndose los mejores conductores de la carretera, los hombres más felices del mundo, dueños de una tecnología que cualquiera de sus antepasados no habría ni siquiera soñado. ¡Qué felicidad! En realidad los anuncios de coches de lujo en televisión tienen razón: ¡El placer de conducir!.

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