viernes, 11 de mayo de 2007

Disfraces

Ves de repente a alguien, en este caso una mujer, enfundada en un traje negro, buen corte, esbelta, andando por la calle, con un cigarrillo en una mano, arrastrando una pequeña maleta, pero sus modales la delatan: tira el cigarrillo en medio de la acera, y es brusca en todos sus movimientos; sin duda va a trabajar antes de salir de fin de semana. El uniforme hace que se oculten deducciones que hacemos de forma involuntaria sobre la ropa, sobre la elegancia, sobre la bondad-maldad de esa persona, sobre instintos en los que pensamos poco pero que aparecen enseguida en nuestro subconsciente, como la agresividad, la sexualidad, la competencia por los recursos (sobre todo alimenticios en nuestros ancestros). Si miramos detalladamente a alguien, la cosa cambia: el aspecto de los dientes, la mirada..., pero en la media distancia, podemos ser engañados fácilmente por el aspecto externo. Tal vez eso busca la moda, disfrazar, esconder, modificar primeras impresiones, tan importantes por eso, por ser primeras (¿efecto de primacía?). Y sin embargo, es tan difícil clasificar seres humanos. Y contra argumentando, todos tenemos tantas clasificaciones en la cabeza, tantas simplificaciones, tantos prejuicios (más cuanta más experiencia en el trato con gente diversa tengamos). Yo tiendo a pensar que no hay más que a lo sumo un 30% de gente que merezca la pena en el mundo, pero para aseverar esto de forma científica me harían falta unos indicadores medianamente objetivos, y un estudio que no estoy dispuesto a realizar.

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