Novela
compleja, densa a pesar de las pocas páginas, en la que el protagonista
se ve obligado a rememorar su vida banal tras recibir una extraña
herencia. El sujeto Tony Webster es un hombre mediocre, atrapado en una
singular historia, y obligado a revisar los mecanismos de su memoria
después de su jubilación. La verdad que se muestra a sí mismo será
redefinida por algunos documentos del pasado. Es una novela sobre
remordimientos, sobre la infravaloración de las personas, sobre la
muerte, con una estructura enrevesada, que obliga al lector también a un
ejercicio constante de memoria. Entran en juego la autopercepción de
uno mismo a lo largo de los años, el sentido de la vida (o de la no
vida), la elección posible de una vida plácida que quizás no lo es
tanto, y todo ello narrado con un lenguaje muy exacto, muy certero a la
hora de describir las sensaciones y los sentimientos. Hay muchos huecos
que el lector deberá rellenar, según el nivel de lectura al que esté
acostumbrado, y además puede que nos recuerde la estructura a la de
otros escritores británicos en obras recientes: Martín Amís en La viuda embarazada, y Ian Mc. Ewan en Chesil Beach.
En definitiva, he leído esta novela en 48 horas trepidantes, enganchado
no sólo por el estilo, si no por todo lo que sucedía (con bastante
lentitud) en su desarrollo. Muy recomendable para quienes les guste la
buena (y exigente) literatura.
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